martes, 14 de agosto de 2012

RELATO DE UNA MAMÁ

Un relato real y entrañable de Silvia. Una madre con un gran talento para escribir. Hace poco que se ha animado a hacerlo a través de su blog, pero nos está emocionando a todos con sus relatos. El tema elegido esta vez es la MATERNIDAD. A mi me ha llegado mucho. Os dejo la entrada entera para que podáis disfrutar de ella.
P.D.: Coge un paquete de pañuelos por si acaso...
Agradecimientos a la autora de la entrada, Sivia Hernández.
Podéis ver la entrada original en su blog: http://silviaherca1977.blogspot.com.es/

Nueve meses para toda la vida.



El 14 de abril de 2008 mi organismo me anunció que estaba embarazada. Recuerdo fumar un cigarrillo mientras felicitaba a una amiga que cumple años ese día y notar un sabor diferente cada vez que daba una calada a mi Marlboro.
Restaban 3 días para que me bajara la regla, era un reloj porque tomaba la píldora anticonceptiva, pero a la mañana siguiente me hice una prueba de orina que me anunció que iba a ser madre.

Emoción, nerviosismo, miedo, alegría... No sabía ni cómo había pasado ni cómo decírselo a mi marido. Fui tan romántica que lo supo al recibir una foto del test de embarazo vía mail. Tenía miedo a su reacción. No era un bebé buscado.
A día de hoy sé por diversos psicólogos que el hecho de "buscar" un embarazo o no determina mucho ya que el útero necesita prepararse para dar la bienvenida a ese feto que se va a ir convirtiendo en un bebé en esos 9 meses de "okupa".
Mi útero no le dió la bienvenida y desde la primera semana fue un constante ir y venir al hospital por pérdidas pequeñas de sangre. La progesterona era mi aliada cada noche en esa lucha por la vida.

Al principio lo supieron las personas más cercanas y al tener riesgo de aborto lo dijimos pasados los 3 meses. Enseguida supimos que era una niña. Nos lo dijo sin querer una ginecóloga de la Clínica Corachan en una de esas visitas de urgencia. Recuerdo que estaba en la semana 14 de gestación cuando escuché con tono argentino un alegre "tu niñita está bárbara".


Mi marido y yo volvimos contentos a casa. ¡Una niña! Todos decimos que lo importante es que venga sano y es cierto pero no nos engañemos, casi siempre tenemos predilección por uno de los sexos.

El cariban, la progesterona, los melocotones y la sopa de cocido con zancarrón que hace mi suegro fueron mis aliados en esos meses de espera. No fue dulce. Para nada.
Mi hija escuchó en el vientre infinitas veces las palabras "embargo", "hipoteca", "desahucio"... y sintió mi llanto día tras día.

El ginecólogo que elegí para que llevara mi embarazo y me asistiera al parto nos confirmó que era una niña, que todo estaba perfectamente y que la fecha prevista para el nacimiento era el 25 de diciembre. Ya me imaginaba comiendo los turrones en la clínica pero Nahia (nombre vasco que significa la deseada, la amada) quiso nacer un poquito antes.

Estoy escribiendo el significado de su nombre y me remueve por dentro que no haya sido deseada.

El 13 de diciembre logramos malvender el dúplex que tanto nos hizo sufrir y esa misma tarde mi cuerpo dijo que no podía más : Nahia quería nacer.

Fuimos a la clínica con la canastilla. Habíamos quedado para cenar en casa de unos amigos y teníamos que parar de camino para comprar la bebida pero ni fuimos a esa cena ni hubo bebida.

Semana 38 de gestación. Dilatada de 2 centímetros. 0 contracciones. Llegamos a la planta de maternidad con una cara de pardillos impresionante. Asustados pero emocionados entramos en una mini habitación de urgencias acompañados por una comadrona.
Me hace las preguntas de rigor, me examina y me monitoriza. Todo correcto. Esperamos media hora para intentar saber el motivo de mi malestar.
Vuelve a venir. Vuelve a meter la mano en mi vagina. Vuelve a mirar el monitor. Todo correcto.

Y de repente empiezo a notar mucho calor. La calefacción estaba alta y mi jersey de cuello alto no ayudaba en absoluto. Comencé a marearme y a notar que me desmayaba. La máquina empezó a pitar y vino una enfermera que me comenzó a abanicar con una edición de la revista "Diez Minutos". Era vasca, mi marido también y él llevaba una sudadera de la selección de Euskal Herria. Mientras me abanicaban para que volviera a sentirme bien comenzaron a hablar de sus nostálgicas anécdotas.

La comadrona hace acto de presencia y avisa a la ginecóloga de urgencias. Mi ginecólogo no apareció. ¿Para qué? Estaba de cena de Navidad con vete tú a saber quién.
Me vuelvo a marear, la máquina vuelve a pitar y esa ginecóloga ve que hay riesgo y pronuncia estas palabras : " Hemos decidido que a lo largo de esta noche tengas a Nahia". Lloré. No de emoción, más bien de miedo. Miedo a lo desconocido, miedo a lo que podía pasar... Si en ese preciso instante hubiese tenido un cuchillo me hubiera rajado la barriga para que mi hija no sufriera. Porque los pitidos de esa máquina lo que indicaban es que Nahia estaba sufriendo brabicardias.

Sala de partos con música y una comadrona encantadora hicieron más llevadero el momento. Mi marido ya se había disfrazado de verde y estaba a mi lado dándome la mano y riñéndome cada vez que me giraba para mirar el monitor. El latido del corazón de Nahia iba rápido pero llegó un momento que no quería oirlo y pedí que bajaran el volumen de la máquina. Me estaba dando un ataque de ansiedad.
Oxitocina, rotura de la bolsa y si no dilataba en 3 horas me llevarían a quirófano para practicar una cesárea. No hizo falta. En menos de 3 horas la oxitocina hizo su función, los dolores cada vez eran más fuertes, la epidural no hizo efecto, casi encangrené la mano de mi marido de lo fuerte que le apretaba con cada contracción que venía y llegó el momento de avisar a la ginecóloga de guardia.

Parí sentada, parí con dolor, parí con la mente en todo menos en lo que estaba ocurriendo en ese momento en esa sala de partos. Y me arrepiento pero ya no hay marcha atrás.
Nahia nació a las 2.47h del 13 de diciembre. Coqueta desde el vientre vino al mundo con una vuelta de cordón a modo de collar y otro en la cintura a juego. Mucho estilo. Apuntaba maneras.

Y de repente estaba abierta de piernas mientras la ginecóloga acababa de hacer su trabajo, con la comadrona y una enfermera muy joven diciendo lo mucho que se parecía la niña a su papi y yo en mi mundo. Me la pusieron encima del vientre, ese vientre que había ocupado durante 9 meses, y mi mente se quedó en blanco, como si el milagro de la vida no fuera conmigo.





Pocas visitas a la clínica que una no tenía el cuerpo para jotas y la mente mucho menos. La tensión me subió al día siguiente de su nacimiento, empecé a tener taquicardias y me chutaron con un diazepan. Fue el comienzo de mi depresión post parto.
Una depresión post parto que duró bastante, una depresión post parto que me hizo rozar la locura, mirándome la tensión arterial 50-60 veces al día, asomándome al lavadero e imaginando mi caída, una depresión post parto que hizo que acudiera de urgencias a la consulta de un psiquiatra que me escuchó sollozar y me recetó tranquilizantes y antidepresivos. Así se ponen parches a las heridas pero no curan.

Mi hija tuvo la compañía de su padre mientras su madre estaba ausente.Su padre la acunaba cuando lloraba de madrugada, le daba el biberón cuando yo estaba bajo los efectos del trankimazin, le curaba el ombligo, la abrazaba, le daba calor... Mi hija no supo lo que es un abrazo con amor y un beso sentido desde lo más profundo de mi corazón hasta pasados unos meses.

Y escribo y se me caen las lágrimas porque no hay un botón de REV para colmarla de besos y caricias desde el primer segundo de vida. He perdido un tiempo precioso de la vida de mi hija. No hay vuelta atrás.



Ser madre es maravilloso pero a la vez es el reto más difícil en la vida. Ser madre te colma de pequeños momentos en los que redescubres la vida por los ojos de tu hija. Y cada logro, cada diente, cada pasito, cada sonrisa, se convierte en motivo más que suficiente para ser feliz.

Ser madre es muy difícil. Nunca sabes si lo estás haciendo bien o no, aparecen de la nada los de Tolosa (esas personas que TodoLoSaben) y que te hacen sentir la peor madre del mundo. Hasta que decides muy educadamente mandarlos a la mierda y dejarte llevar, guiarte por tu instinto, el de tu marido y de las recomendaciones del pediatra.

A día de hoy Nahia quiere que le compremos una hermanita en la tienda donde venden niñas. Me explica con esa voz tan preciosa y esos ojillos achinados los besitos que le dará a su hermano, lo que me ayudará a darle el biberón, cómo se agarrará del carrito para pasear cuando deje de ser hija única.
Y me encantaría volver a ser madre. No solamente por colmar de felicidad a mi hija y su anhelo sino para saber lo que es un embarazo en condiciones y decidir cómo y dónde quiero parir.

Porque no hay otros 9 meses que cambien tanto nuestras vidas.



¡¡¡ TE QUIERO NAHIA !!!!

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