10 ERRORES COMUNES QUE COMETEMOS LOS PADRES DE HOY EN DÍA
Muchos padres hacen lo que sea con tal de evitar que sus hijos sufran cualquier tipo de incomodidad, ansiedad o decepción;
cualquier cosa poco agradable.
Y, como consecuencia, cuando se hacen adultos y experimentan las
frustraciones normales de la vida, piensan que el mundo se les viene
encima, que hay algo que va mal, muy mal.
Estoy compartiendo esta información con vosotros porque creo que
tiene mucha relevancia en esta época de sobreprotección parental. Aunque
me parece muy bien que los padres de hoy en día se impliquen más en la
vida de sus hijos, esta implicación no debería extralimitarse. Lo que a
veces se define como señal de ser
buen padre puede resultar
nocivo para nuestros hijos cuando pase un tiempo. Es necesario que
seamos conscientes de ello; si no, estaríamos complicando sus vidas
aunque nuestro fin sea justo lo contrario.
Mi filosofía favorita sobre la paternidad dice así: "Prepara a tu hijo para el camino, no el camino para tu hijo".
Dicho esto, he elaborado una lista con los diez errores más comunes
que cometen los padres en la actualidad (incluyéndome a mí). No tengo la
intención de señalar con el dedo a nadie, sino de que la gente tome
conciencia. Lo que se inculca en nuestra cultura no siempre es lo mejor
para nuestros hijos.
Error nº 10: Adorar a nuestros hijos. Muchos de
nosotros vivimos en comunidades que se desviven por los hijos. Los
estamos criando en hogares completamente centrados en ellos. A nuestros
hijos les encanta, claro está, porque nuestras vidas giran en torno a
ellos. A la mayoría de nosotros tampoco nos importa, porque su felicidad
es la nuestra. Nos entusiasma hacer cualquier cosa por ellos,
comprarles cosas, cubrirles de amor y de atenciones.
No obstante, creo que es importante tener en cuenta que nuestros
hijos han sido creados para ser amados, no idolatrados. Por tanto,
cuando les tratamos como si fueran el centro del universo, creamos un
falso ídolo. En vez de un hogar centrado en los niños, deberíamos
intentar centrarnos más en el amor. Así, nuestros hijos se sentirán
queridos, pero entenderán que en el amor, el altruismo va por encima del
egoísmo.
Error nº 9: Creer que nuestros hijos son perfectos.
Una cosa que suelo oír de los profesionales que trabajan con niños
(orientadores o maestros) es que los padres de hoy en día no quieren oír
nada negativo sobre sus hijos. Cuando se menciona la palabra
preocupación, o problema, la reacción suele ser atacar al mensajero.
La verdad a veces duele, pero cuando escuchamos con la mente y el
corazón abiertos, nos mostramos dispuestos a mejorar. Así, podremos
intervenir antes de que la situación se nos vaya de las manos. Es más
fácil tratar a un niño problemático que reparar a un adulto destrozado.
Una psiquiatra del centro médico Children's of Alabama me contó hace
poco que en la depresión adolescente, resulta clave intervenir con
rapidez, puesto que se puede actuar sobre la trayectoria de la vida de
un niño. También me dijo que este es el motivo por el que disfruta de la
terapia de niños y adolescentes, pues los niños son resilientes, y es
mucho más fácil intervenir de forma efectiva cuando aún son jóvenes, ya
que cuando el problema continúa durante muchos años se incorpora como
parte de la identidad de la persona.
Error nº 8: Vivir a través de nuestros hijos. Los
padres nos sentimos muy orgullosos de nuestros hijos. Cuando consiguen
algo, nos hace más felices que si lo hubiéramos conseguido nosotros
mismos.
Lo cierto es que si nos implicamos demasiado en sus vidas, nos
resultará más complicado ver dónde acaban ellos y dónde empezamos
nosotros. Cuando nuestros hijos se convierten en una extensión de
nosotros, puede que los veamos como nuestra segunda oportunidad. Pero,
no se trata de ellos, sino de nosotros. Llega un momento en el que su
felicidad empieza a confundirse con la nuestra.
Error nº 7: Tratar de ser el mejor amigo de nuestro hijo.
Cuando le pregunté a un sacerdote cuál era el mayor error que cometen
los padres, estuvo pensándolo un momento y luego contestó: "El problema
ocurre cuando los padres dejan de ser padres y no son capaces de asumir
sus responsabilidades, aunque a veces cueste".
Como todo el mundo, quiero que mis hijos me quieran. Quiero que
reconozcan mis méritos y me tengan cariño. Pero si quiero hacer bien mi
trabajo, tengo que aceptar que se enfaden y que a veces no les gusten
mis decisiones. Pondrán los ojos en blanco, se quejarán y desearán haber
nacido en otra familia.
Pero, tratar de ser el mejor amigo de tu hijo solo puede llevar a una
permisividad excesiva, y a que tomes decisiones desesperadas por temor a
no contar con su aprobación. Esto no es amor, sino necesidad.
Error nº 6: Entrar en una competición por ser el mejor padre.
Todos los padres llevan algo de competitividad en las venas. Lo único
que necesitan para despertar al monstruo es que otro padre ponga a su
hijo por encima del tuyo.
He oído muchas historias de este tipo que tienen lugar en patios de
colegio; historias de amistades rotas y traiciones en las que se
entrometieron familias completas y la cosa acabó mal. En mi opinión, el
origen se encuentra en el miedo. Tememos que nuestros hijos se queden
aparte. Tenemos miedo de que, si no nos ponemos serios e intervenimos
para pararle los pies a cualquiera, se sumirán en la mediocridad para el
resto de su vida.
Creo que los niños tienen que esforzarse y entender que los sueños no
se cumplen así como así, que para ello tienen que trabajar y luchar. No
obstante, si fomentamos una actitud de
ganar cueste lo que cueste y les permitimos que empujen a otros niños para conseguir ser los primeros, la cosa se nos está yendo de las manos.
Es verdad que en la adolescencia el carácter no nos parece tan
importante; en cambio, cuando somos adultos, el carácter lo es todo.
Error nº 5: Olvidarnos de lo maravilloso que es ser niño. El otro día descubrí una pegatina de Tarta de Fresa en el fregadero, lo que me hizo recordar la alegría de vivir con niños.
Llegará un día en que deje de haber pegatinas en el fregadero. Ya no habrá Barbies en la bañera, ni muñecas en mi cama, ni
Mary Poppins
en el DVD. Las ventanas estarán limpias, sin huellas, y la casa estará
tranquila porque mis hijas saldrán con sus amigos en vez de quedarse en
el nido.
Criar a niños pequeños puede ser un trabajo duro y monótono. A veces,
es tan agotador física y emocionalmente que nos encantaría que se
hicieran mayores cuanto antes. Por otra parte, también tenemos
curiosidad por saber cómo será su crecimiento. ¿Cuáles serán sus
pasiones? Como padres, esperamos poder descubrir sus dones, para saber
aprovechar sus puntos fuertes y animarles a que sigan por la buena
dirección.
Pero, cuando proyectamos su futuro, y nos preguntamos si ese gusto
por el arte le convertirá en Picasso, o si su voz melodiosa hará de ella
una Taylor Swift, podemos llegar a olvidarnos de disfrutar de lo
realmente bueno: los cuentos de antes de dormir, los pijamas de una sola
pieza, las cosquillas en la tripa y los gritos de alegría. A veces, nos
olvidamos de dejar que nuestros hijos se comporten como niños y
disfruten de su infancia.
La presión sobre los niños comienza demasiado pronto. Si queremos
echar una mano a nuestros hijos, tenemos que protegerles de estas
presiones. Hay que dejar que disfruten y crezcan a su propio ritmo, así
que, en primer lugar, deben explorar sus intereses sin miedo al fracaso
y, en segundo lugar, no tienen que sentirse agobiados.
La infancia es un momento de juegos y de descubrimientos. Cuando
metemos prisa a los niños, les estamos robando una etapa inocente por la
que nunca volverán a pasar.
Error nº 4: Criar al hijo que queremos, y no al que tenemos.
Como padres, nos creamos una imagen propia de nuestros hijos. Esta
imagen comienza a confeccionarse en el momento del embarazo, antes
incluso de saber el sexo del bebé. En secreto, deseamos que el niño se
parezca a nosotros, pero un poco más inteligente y con más talento.
Queremos ser su ejemplo, y modelar su vida siguiendo el patrón de la
nuestra.
Sin embargo, los niños suelen seguir su propio modelo y, además,
desconfiguran los nuestros. Al final, son como nunca los imaginamos.
Nuestro trabajo consiste en descubrir sus dones innatos, y en tratar de
guiarlos por el buen camino. Ante todo, inculcarles nuestros propios
sueños no va a funcionar. Solo si entendemos quiénes y cómo son,
podremos tener un impacto en sus vidas.
Error nº 3: Olvidar que los hechos pesan más que las palabras.
A veces, cuando mis hijas me preguntan algo, me dicen: "Por favor,
responde en una frase". Me conocen bien, y saben que aprovecho cualquier
lección de la vida diaria y la convierto en un momento de aprendizaje.
Quiero que tengan sabiduría, pero de lo que a veces me olvido es de que
mis ejemplos ensombrecen mis palabras.
Cómo respondo al rechazo y a la adversidad... Cómo trato a mis amigos
y a los desconocidos... Si me peleo con su padre o si nos apoyamos
mutuamente... Ellas se dan cuenta de todas estas cosas. Y mi actitud les
da permiso para comportarse de la misma manera.
Si quiero que mis hijas sean maravillosas, yo también tengo que
aspirar a lo mismo. Tengo que ser la persona que espero que sean ellas.
Error nº 2: Juzgar a otros padres... y a sus hijos. Independientemente de lo mucho que difieras en la forma de educar que tienen otros padres, no es tu misión juzgarlos. Nadie es
completamente bueno ni
completamente malo; todos somos un poco de todo, todos luchamos contra nuestros propios demonios.
Personalmente, tiendo a ser más benevolente con otros padres cuando
yo lo estoy pasando mal. En los momentos en que los niños me lo ponen
difícil, entiendo el comportamiento de muchos padres.
Nunca sabemos por lo que alguien está pasando, ni cuándo nos veremos
en una situación parecida. Aunque, en ocasiones, no podamos evitar tener
nuestros prejuicios, deberíamos controlarlos y tratar de entender a la
otra persona en lugar de llegar a conclusiones precipitadas.
Error nº 1: Subestimar el CARÁCTER. Si hay una cosa
que espero hacer bien con mis hijos es conseguir que tengan un buen
CORAZÓN. El carácter, la fibra moral y una brújula interna son los
cimientos que forman la base para un futuro feliz y saludable. Esto es
más importante que cualquier boletín de notas o que cualquier trofeo que
ganen.
Nadie puede exigir un carácter concreto a sus hijos, y más teniendo
en cuenta que el carácter no significa mucho a la edad de 10 o de 15
años. Los niños a esa edad se preocupan por las recompensas a corto
plazo, pero nosotros, como padres, conocemos mejor la historia.
Sabemos
que lo importante con 25, 30 o 40 años no es lo largo que lanzaste una
vez un balón o si fuiste animadora, sino cómo tratas a los demás y qué
piensas de ti mismo. Si queremos fomentar el carácter, la
confianza, la fuerza y la resiliencia, tenemos que dejar que los niños
se enfrenten a las adversidades y que experimenten el orgullo que se
siente al salir reforzado de una situación difícil.
Es complicado ver a nuestros hijos caer, pero a veces es necesario.
En ocasiones, hay que preguntarse si intervenir se encuentra entre las
mejores opciones. Hay un millón de formas de amar a nuestros hijos,
pero, a la hora de buscar su felicidad, conviene ser conscientes de que a
veces la pena a corto plazo será recompensada con creces por los
beneficios en el futuro.
Kari Kampakis
www.karikampakis.com